¡Yo creo en ti!, le dije mientras la ultima lágrima corría por su mejilla. Levantó la mirada hacia mí, recorrió despacio y suave mi rostro con sus ojos, al llegar a los mios se limpió la lágrima que estaba a punto de caer al suelo y me regalo una sonrisa, la más honesta, la mas agradecida. Sabía que algo pensaba, que algo me quería decir, pero no dijo una palabra, sin embargo, esa atmósfera que rodeaba nuestras almas era única, con un suave olor agradable; no se si a flores, no se si a la rica comida cuando uno muere de hambre. Estábamos dentro de una burbuja morada, enorme burbuja morada entre un millón de burbujas transparentes. Fue entonces cuando supe que eramos los dos; ella y yo, elegidos para estar juntos, y no me refiero a amarnos, no me refiero al amor de enamorados, no es eso, es que somos los dos, juntos, sin saber a donde, pero juntos. Porque desde que la vi, desde que la encontré, algo sentí, el aroma en mi burbuja no era a jabón corriente, ni a desodorante que provoca alergias. Desde que la vi, supe que era ella, ella a quien yo debía procurar. Es así, como ahora, juntos, dentro de una misma atmósfera, seguro yo de ella, y sobre todo ella segura de mí, compruebo que vamos bien, a ningún lado vamos, pero la felicidad es tremenda. Sacó su mano de su burbuja, atravesó la mía mirando al suelo, y aún con miedo, tomo mi mano, entonces se acerco lentamente, hasta el momento en que su burbuja y la mía se volvieron una misma, una mezcla homogénea, tal para cual. Entonces levanto la mirada, y con nuestras manos entrelazadas seguimos caminando por la serranía...