Nuestra relación está muy mal, se va desmoronando cada día. El tiempo parece eterno, y mi condena será siempre estar con él. Aunque debo confesar que tengo un miedo enorme de dejar a Javier. Él es un hombre posesivo, explosivo y ademas psicosomático. Yo siempre le he dicho que todas sus enfermedades son creadas por su mente desde que dejo "a la última", pero su mal encarado rostro me responde "a ti que te importa", y después comienza a quejarse por algún otro dolor inexistente.
Me hace la vida tediosa, sin embargo no podría vivir sin él, mi dependencia es tremenda, sobre todo la económica no podría comprar los barnices de colores, los rimel contra el agua, y mis mocasines de esos que están muy de moda. Hemos vivido juntos los últimos doce años. Día a día, cada segundo; desayuno, comida y cena. Mis recuerdos más viejos lo involucran, desde que en la primaria lo veía alejarse tomado del brazo de una rubia bastante mayor. Ahora los recuerdos más inmediatos; su empeño por hacerme una inútil mujer: me lava, me plancha, sacude, barre... Yo le digo que lo ayudo, pero me argumenta que soy su princesa. Aunque mi anhelo de independencia ha sido desde siempre, últimamente se ha agudizado, no puedo depender de este hombre toda la vida. Ademas la cosa es que ya no lo aguanto, es fastidioso, temperamental, grosero... se queja de mi vestimenta, del color de sombra que uso en los ojos, de lo corta de la falta y lo provocador de mis escotes. Es un celoso, pero también es un pica flor de primera, me cree tan babosa como para no darme cuenta, por Dios, en mi cara ha filteado con mujeres y no le he reclamado nada. Pero al final uno se acostumbra... a sus cosas, a su manera, a su existencia, a su olor... pero el otro día que llegué le había cambiado el color al cuarto, argumentando que el color anterior era muy infantil. Me he enojado tanto que le dejé de hablar una semana. El Miércoles me sentí mucho más enojada porque no llegó a tiempo por mi y tuve que caminar ocho cuadras, ¡ocho largas cuadras! Para hacer la situación más dramática, que tomo la cafetera, sirvo en la taza, me siento en la sala cruzada de piernas y prendo un cigarro. Me decidí a esperarlo para detonar mi coraje. Vivir con él es todo un compromiso social. Al abrir la puerta me vio y sin pensarlo corrió a arrebatarme el cigarro, lo apretó en su mano y todo destrozado me lo aventó a la cara. Enseguida la taza volaba para rápidamente estamparse en la vitrina. Me arrastró hasta la habitación. Yo sólo le gritaba que ya no lo soportaba y que ahora si me iba. El muy tarado salió con la misma de siempre; que el es mi padre y si me voy de la casa, el va por mi de las greñas.