jueves, 9 de diciembre de 2010

Hours

La interminable depresión sin motivo no me dejaba mover el cuerpo cuando sonó la alarma, -Son las 6 -, me repetía dentro de mi sueño. Abrí los ojos en un suspiro, volteé a mirar el reloj para dejar de contar con los minutos que se había consumido mi flojera. Me senté sobre la cama y estire mis brazos hasta escuchar tronar unos cuantos huesos por dentro, y me puse las pantuflas. Bajé a calentar el café de la noche anterior, siempre hago de más, sigo creyendo que vivo con mi madre y debo hacerle alguna bebida caliente antes de irme a la escuela. Decidí darme un baño, se hacía tarde y no me iba a permitir llegar con los ojos colgados, casi desprendiéndose a la universidad. Le abrí a la llave dejando caer el agua fría sobre mi cuerpo, poco a poco fue calentando, y yo, me sentía más despierta, comencé a pensar en los exámenes, en que ya era tarde, en la exposición que tenía a la penúltima hora, e inconscientemente pasaba la esponja por mi cuerpo y hacía parte de mi ese jabón olor a flores del campo.
En el camino pude observar mi cara reflejarse en el vidrio del camión, -No se para que me bañé, creo que esto de los ojos caídos es cosa de familia; mi mamá, mi hermano, la tía Rosa…- Me decía platicando con mi yo interior, cuando unos preparatorianos abordaron el colectivo, a las 7:30 am iban carcajeando con toda libertad, sin ninguna presión, si nada de qué preocuparse. Eso mismo hacia yo hace unos meses, la vida me pasaba y me pasaba, y yo nada de nada. Mírenme ahora, ¿arquitectura?, mi última opción, la más lejana de mi gente, la más cercana de lo que más deseaba; mi independencia y mi libertad, sin embargo, aquí estoy siendo de lo menos libre, atada a la facultad, comiendo todos los días en la cafetería, hablándole a mis compañeros para ponernos de acuerdo sobre los trabajos en equipo y no para invitarles a un bar por una cerveza, ¿y mi independencia?, por dios, ¡mi madre me paga todo!
A las 8 corría por los pasillos, dejándome resbalar en ellos, estuve a punto de caer un par de veces, pero llegue completa a la clase, y para mi bilis, el profesor no había llegado. Mariano me miró con filantropía;
-Otra vez tarde María
-Es el despertador, algo le pasa… Soy yo negándome a amanecer junto a los días, y dejándome pasar como sin nada.
Sacó una cajetilla y me ofreció un cigarro, lo tomé, lo encendí, dejando al cáncer aumentar su porcentaje de ganar sobre mi cuerpo. Mientras miraba entre las bancas del patio, entre los arbustos y la gente, poniendo atención en nada, entonces, pasó él, tan lento, tan evidente frente a mis ojos, tan invisible frente a todos, con su delgadez, con su peculiar andar, con la misma mochila que tiene desde la prepa en su espalda, mirándome de reojo a su paso junto a mí, evitando un -¡hola!, evitando cualquier cosa que haga pensar al mundo que tenemos algún tipo de relación, aunque sea la más insignificante. El momento en que sus ojos y los míos se enfrentaron, se detuvieron los minutos, su parpadeo con esas pestañas largas y enchinadas, más de mujer que las mías, fue eterno, camelamos por unos instantes, lo sé, mirarnos no es cualquier cosa, a pesar de su negación. Esa lentitud, a la vez, fue tan rápida como aquellos días en que manteníamos un amorío a escondidas de nadie, pero evitando que todos supiesen tal cosa. En algún momento, sin darme cuenta, ya había desaparecido de mi mirada, entonces le di un toque al cigarro y me quemé la boca, ¿tanto tiempo había estado viendo a ese hombre?, si no vale la pena, no vale mi valioso tiempo.
El día transcurrió infausto, lleno de teorías que algún día en la oficina serán llevadas a la práctica, lleno de nada para la vida en este momento, lleno de las mismas palabras que se repiten cada semestre, generación tras generación. Entonces llega la penúltima hora, llega el momento donde puedo dejar algo a mis contemporáneos, el momento de la exposición. Conecto la usb, inicio, mi pc, “María bonita usb”, abrir; presentacion1. Es ahí cuando comienzo, “blah, blah, blahs”, giraban por las cabezas de mis compañeros… sus caras nefastas y ajenas a la clase me desaniman, hay quienes hasta atrás platican, quienes duermen descaradamente en medio dejando caer toda su cara sobre el pupitre, quienes ponen cara de interés, pero piensan en otras cosas, el maestreo evaluándome mientras en ratos mira mis glúteos, la pareja del salón besándose en una esquina, y yo… yo a punto de vomitar…
2:10, 2:13, 2:20, levanto la mano y opino, regreso la mirada al reloj; 2:25, ¿tan poco duro mi argumento?, 2:36, 2:40, los minutos son los más lentos en la ultima hora, veo al de junto, me ve, y me sonríe como queriendo evitar su propio sueño. La mayoría ya tienen cara de borrachos, sus rostros se han deformado por aguantarse el sueño, sus miradas diabólicas se clavan en algún punto específico del salón, el profesor acalorado y ahogándose en ese olor a sudor después de un break de 15 mins, en momentos se jala la corbata, creyendo que respirará mejor. Los días, las horas, los minutos, todo parece interminable para todos, pero pasan, pasan de lado, inertes, lejanos, y uno, uno nunca deja de quejarse, de maldecir estar acá y en ésta situación, de no poder hacer lo que uno quiere. Los días son ese cáncer que me provoca el cigarro, y yo soy la negación a la enfermedad… la enfermedad de estar viva, aquí, sentada sobre la banca, contando los minutos que jamás le agradezco a la vida, viboreando al de junto, mordiéndome las uñas, dándome cuenta de que son las 2:50, ¡por dios!, ¡las 2:50!, ¡es la hora de salida!, me largo de ésta libreta, me largo de ésta aula, que si algo aprecio del día son las 3:00pm cuando uno sale de la escuela y va a comer, para luego seguir aborreciendo la vida…