domingo, 23 de enero de 2011

Down

Hay cosas que deseo antes de morir; dejar caer mi alma en el asfalto y olvidarle ahí, perdiendo la circunspección, convirtiéndome en el animal más salvaje e imponente, ¡sí, eso quiero!, dijo él con bastante convicción. Sus ojos se postraron en el piso y en un parpadeo, con la rapidez de las cosas que pasan lento, claramente pude observar como de sus pupilas salía un humo blanco dirigiéndose al piso y se filtraba entre sus grietas. Al regresar la mirada a su rostro, supe que debía correr lejos de ahí...

viernes, 14 de enero de 2011

Contigo

Recuerdo aquellos días cuando vivíamos junto al mar, en esa casa hermosa de un un piso, tan espaciosa y con cierta humedad rica por tanto calor. Cuando vestíamos con ropa de manta, y él llegaba con un ramo de rosas blancas, rodeaba mi cintura con su brazo, y pretendíamos bailar un vals mientras él me susurraba al oído una canción de Caetano Veloso: "Você é linda, mais que demais, você é linda sim, onda do mar do amor, que bateu em mim". Yo descansaba mi mejilla sobre la suya, dejando picarme por su barba, respirando la mezcla homogénea del aroma del mar con el aroma suyo, sabiéndolo mío, sabiéndome suya, sabiendo que el viento y el sol golpeando nuestros cuerpos era una conspiración de la naturaleza contra el invierno, en beneficio de un eterno amor, sabiendo de ante mano, que ese siempre fue nuestro estado ideal; juntos por horas en un picnic sobre la arena dos viejos que se tratan como adolescentes locamente enamorados. Juntábamos conchas, piedritas y esas cosas que el mar echa a la tierra y son tan curiosas, bebíamos limonada y nos reíamos de cuando me buscaba en el café donde trabajaba yo, y él iba y se sentaba horas, sin saludarme, sin conocerme mas que de vista, como la mesera del lugar, que le daba la carta, tomaba la orden, y cobraba la cuenta, hasta el día en que me decidí a ser yo quien debía preguntar su nombre, él me dijo muy serio y entre dientes -Horacio, soy Horacio-.
Después de esas largas tardes hasta ver irse al sol en el ocaso, entrabamos a la casa y nos metíamos a la cama, el dormía siempre como vampiro, mirando al techo y con las manos en cruz sobre el pecho, yo le daba un beso en la frente y de mis labios brotaba un; -Buenas noches, Horacio-. Cada noche, siempre, hasta que su cuerpo dejo de estar, de ser parte de mis días, parte crucial de mi curso por el mundo. Evocar esos momentos, esas tardes, ese clima, esa casa, la ropa de manta... es mi mejor recuerdo de la vida, sobre todo, ahora, este día en que su aroma y el mar en invierno, me faltan.