martes, 4 de junio de 2013

El tiempo no perdona la excusa.

El tiempo transcurre a parpadeos sin dejar unos minutos más ni menos el sol sobre nuestra cabeza. A mi me conflictúa tanto, el tiempo me mata, me quita la vida a cada segundo, que después son horas y días. Finalmente me alcanza con los años. El avanza, yo retrocedo. Soy una niña pequeña de piel arrugada. Soy la sabiduría ignorada. La loca vetusta de manías extrañas. El silencio que guarda eterno ese tiempo y a veces se va en suspiros. Soy lo que se hizo y lo que no se debe hacer. Sorpresa de la vida, y distante de otras vidas. Nada me impacta, a menos que vaya al cine a reinventarme un par de horas, pero no leer poetas vivos, mucho menos muertos. Ni poner Tschaikovsky y sentirme culta. A estás horas pocas cosas motivan. Es difícil el encierro, sobre todo el de mi cabeza que se esconde bajo una jaula de cabellos platas. El abandono de a quien mi vida entregue, mi propio abandono. He viajado, comido, bebido, cogido, probado, cantado, lamido, tocado, cagado, llorado, reído, soñado, caído, despertado, jugado, amado... ¿Ven? Sólo en participio. De nada me sirvieron los sueños de la niñez, los enamoramientos en la adolescencia, las promesas a futuro, las fiestas hasta el amanecer, el vino interminable en la copa,  los besos y el olor del hombre al que más amé, los libros que durmieron en el buró antes de terminar en el librero el resto de su eternidad -porque benditos ellos que son eternos-, de nada sirvió la vida si poco recuerdo y poco conservo. El tiempo no me enseñó nada, sólo me correteaba y a veces rebasaba por la derecha. Pero como yo ya les dije; el tiempo no perdona la excusa, y sinceramente ya no encuentro a quien culpar del efímero correr de la vida.

No hay comentarios: